Es mediados del invierno entre enero y febrero. La gente continúa su vida normal. Es extremadamente frío aquel invierno, aquel sol, que no da calor, sino más fríos de la costumbre. La temporada es invernal con tanta nieve en el suelo que hace resbalar la vida como un pedazo de hielo y tan gélido por el camino por donde los pies van pisando. Es aquel equinoccio por donde se pasea la más vil de las tentaciones: la muerte. Y ronda a la vida desde que la dulce y fría tentación se viste de negro color. Es enero por donde el frío hace su acometido de un aĺgido percance en la piel fría. Y viene de Europa el más vil de los hombres: un cura llamado Leónfilo. Se cuece entre el calor y el frío la temporada, se enferma de fríos y no hace más que extrañar su hogar y su país. Es el frío aquel del invierno aquel, por donde se siente el frío denso, tenue y recio en la misma piel. Extasiado por el viaje llega Leónfilo, hacia la ciudad del frío, por donde no se vé ni se extraña el sol, sólo se palpa con abrigos el calor húmedo dentro del interior mismo. Es el invierno aquel, el que arropa con fríos al cuerpo. Leónfilo llega a la iglesia donde hace toma de su posesión como cura o sacerdote. Se siente dulcemente ataviado con el agasajo que le dan a su nombre. Y Leónfilo hace de su cortés reverencia para agradecer a todos su bienvenida. Y hace de su aventura una nueva osadía en disfrutar todo aquello que es vivir de la palabra de Dios. Y el frío hace de las suyas cuando en el invierno hace mucho frío. Se siente como el ademán frío de un fantasma solitario y frío en medio de la calle. Leónfilo, es su primer día en hacer confesiones, las confesiones son los martes de cada semana. Leónfilo hace la primicia en su nueva iglesia de confesiones. Es invierno y hay mucho álgido viento, como que en la dulce sensación se viste de sensaciones nuevas. Y se siente como el rompecabezas que no encaja. No le agrada mucho haber salido de una iglesia para otra en la ciudad nevada y más fría de aquel invierno. Leónfilo, extraña aquella iglesia por donde creció y maduró con el tiempo y se hizo cura o sacerdote. Se vá a confesar Kira, una joven y dulce muchacha del vecindario. Todos la conocen es una jovial y dulce joven que se deleita con la fascinación de dulces como la heladería de enfrente de la iglesia. Kira, le hace hincapié que tiene una dulce y atracción, y fascinación por los dulces de la heladería de enfrente. Leónfilo, yá que tiene sabiduría suficiente para comprenderla, se siente a gusto conversando con ella. Ella le expresa que tiene una dulce fascinación por los dulces y es su mayor pecado para la gula tan enorme que posee, porque aunque es delgada, es su dulce y fría tentación. Leónfilo, el cura o el sacerdote de la iglesia que ella frecuenta se dedica a confesarla. Kira, es tan delgada que hace de su locura los dulces, es la tortura mayor a la tentación de su frescura y jovial distracción en hacer de los dulces una tentación. Leónfilo, yá vá conociendo a la iglesia y a los feligreses de dicha institución. Y se vá adentrando más y más a la locura de ver el cielo como punta de partida. Como la eterna eternidad entre Dios y el cura. Es una oración que él dice y expresa ante Dios en el silencio de la noche a expensas de ese frío y de la atracción entre él y Dios. Y quiso ser ese Dios que todos saben y que conocen en su mayor sabiduría de sapiencia innata. Y fue como todo un Dios en la ciudad del frío. Conoció a todo un Dios del frío. Y le preguntó, -“¿qué hace Dios con tanto frío?”-. Entonces por consiguiente Dios no le respondió. Y Leónfilo, se abrigaba más de lo normal. Y al parecer hallaba más calor con la chimenea que con el abrigo. Leónfilo un cura nuevo en la ciudad del frío, yace allí muerto del frío. Orando a Dios, ¿por qué tanto frío?. Leónfilo vil y sanguinario sacerdote, se viste de gala con su atuendo a ofrecer la misa. Nadie se percata de su horroroso y vil asesinato a Dios mismo. Aunque no le atrae las comitivas cartas de Europa, nadie se da cuenta de él. Que es a él quien busca la policía europea. Es un sacerdote con basta experiencia pero, cometió un crimen, un vil y cruel asesinato: mató a Dios. ¿Y quién puede matar a Dios?. Acaso él puede ver, sentir y palpar a Dios. Acaso él no sabe que Dios a veces es invisible. Pues, lo mató. Él hace una oración desde su interior, desde sus adentros más febriles, más fríos o álgidos. Teme a la muerte, es natural, pero se cree que le teme a Dios mismo, a quien él mató con su propio instinto de sacerdote. Él, en su natural fanatismo creó una especie de laboratorio automático para poder ver, sentir y palpar a Dios. En Europa lo tiene, lo construyó él solo, como un ermitaño como un Dios mismo. No empece, a que su función es de creer en Dios como todo un sacerdote. Leónfilo un experto sacerdote en ciencias, matemáticas y hasta filósofo, es el más buscado hasta el momento y se mudó a occidente a un lugar tan frío como la misma nieve tan fría. E hizo lo que nadie se había imaginado o inventado un laboratorio para poder hablar con Dios. Pasa, una semana, Y Kira, vuelve a hablar con el sacerdote por confesar su debilidad con los dulces, la dulce y fría tentación en su propia boca. En su frescura de mujer, ataviada con el suave meneo caderoso de ella, vá en busca de una salvación a su gula, uno de los siete pecados capitales, aunque la iglesia que ella visitaba no creía en esos siete pecados capitales que la vida ha inventado. Entonces, ella con dulce voz, como los dulces que eran tentaciones para ella, invitó al sacerdote a probar esas delicias en su propia boca. Un día salieron juntos a la heladería de enfrente ubicada en el mismo frente de la iglesia. Y se cree que es la misma tentación a la de Kira, que el cura trae a la iglesia y guardó un dulce bajo el colchón, pero, se llenó de las más terribles amigas que pican y casi matan como un temible tiburón, las hormigas. Leónfilo, es otro domingo y la misa sagrada se ha efectuado. Llega el martes y coinciden otra vez en confesiones Kira y el cura, y el cura Leónfilo le confiesa su adicción también a los dulces. La dulce y fría tentación de ambos es asidua, más seguida y perseguida, como un mismo y sólo Dios. Sin fingir la causa y efecto, ni el hecho por el estrecho camino. Kira, decide tomar vacaciones, y decide marcharse lejos, hacia un suburbio en la playa de Fil donde vence el temor de la adicción de los dulces. La dulce y fría tentación de Kira, se convierte en un terrible y profundo dolor y a la vez en un deseo. Se enfrasca la tentación, en una eterna e infinita eternidad. Cuando se siente el frío desastre de una aventura como la locura de tentar el deseo y el anhelo en una sola situación en los dulces de la heladería. Y la gula que se hace y se siente más y más y el estómago con las tripas en un deseo tan dulce como es la tentación de haber vivido y experimentado una sensación tan dulce como la dulce y fría tentación de Kira hacia los dulces. Mientras que Leónfilo vá a hacer una caridad en la misma playa de Fil, se reencuentran Leónfilo y Kira, y hasta lo ayuda en esa dicha caridad. Y se siente un día lleno de calor, mientras que el frío hace su cometido entre las pieles de las gentes. Es un frío o una tormenta, pero, la gente sabe que el frío es inerte, denso, tenue y suspicaz como el tiempo. Es una manera de ver el cielo, el suelo y el vuelo sin alas abiertas. Se cruza el tiempo en cada vez, con la tormenta en cada cielo, en cada lágrima de la gente, en cada suspiro, en cada minuto, y en cada segundo que nieve aquí. Es un tiempo en que cada pasión se desvive, se torna inseguro, y más aún es la tormenta que nadie quiere sentir ni percibir. Es la manera más vil de ver el cielo caer nieve, todo resbala y los pies no son capaces de soportar la nieve en el suelo. Se siente el deseo en carne viva, poder vivir más y más, como el tiempo en cada hora, con el reflejo en cada ilusión. Se siente así, como el frío y el poco calor de las chimeneas o de los abrigos, se torna más inestable. Como un momento casi impredecible. Es impetuoso la tormenta fría y densa de esta nueva temporada invernal. El cura en su obra de caridad reparte abrigos y víveres a los conciudadanos. Y se debate entre la espera de ser y saber que el invierno es tan puro como el frío eterno. Leónfilo, un cura vil y sanguinario con Dios mismo, cruza la calle enfrente de la iglesia y vá en rumbo hacia la heladería de enfrente. Sus delicias por el dulce le hace la dulce y fría tentación de comer no uno sino varios dulces. El cura se abrigó mucho y cruzó la calle hacia enfrente de la iglesia. Se convirtió en ascenso su prestigio y la confianza entre los feligreses. Se convirtió en un mismo siniestra o altruista en su campaña de caridad. Y lo ayudó mucha gente buena de la iglesia. Y Leónfilo sin poder acordarse de lo que hace mucho tiempo hizo en Europa, pues, la policía lo estaba buscando y aún así han podido dar con el asesino misterioso de Dios. Pero, ¿quién pudo haber matado a Dios si a Dios nadie lo mata?, se preguntaba el negociado de defensa de Europa. Y sí lo mató de la más vil manera: pues, hablándole mediante un laboratorio preparado y hecho a la medida del mismo Dios. Leónfilo, además de ser torpe es un tonto, que ha experimentado sensaciones nuevas desde lo más profundo del ser y con tanta sed de apoyar la causa e ir directamente a Dios y hacer varias preguntas que se quedan hoy sin respuestas. Leónfilo un cura experto en su materia, pero, torpe, si al fin y al cabo, la policía iba a encontrar residuos de él en su casa de Europa y más aún sus cosas. El laboratorio es uno majestuoso con miras al mar bendito, algo que Dios mismo creó, una mesa larga donde hay santos y santuarios y velas encendidas, hay un cuerno o diente de marfil de algún elefante viejo y por supuesto yá muerto. Él, hizo un caracol gigante para poder hablar con Dios, es un artefacto mediante ultrasonidos adherido con el diente del elefante de marfil, y un radio ultra viejo con sonidos del más allá. Él, Leónfilo, se acerca una vez preparado para todo, para poder hablar con su Dios, enciende el monitor del radio, escucha las olas del mar abierto y casi queda contento y perplejo con lo que logra escuchar: una voz de un hombre. Además de ser un extraño para ambas partes, se hablan y se escuchan por primera vez. Él, Leónfilo, se siente a gusto hablando con un Dios que él no conoce personalmente, pero, sí desde su interior: el corazón. Cuando por la sensible atracción del gusto, se siente así, bien placentero hablar con un todo un Dios. Y Leónfilo indaga más y más, y le hace preguntas, y más se asombra de su capacidad de responder, le pregunta, -“¿cómo hizo usted el mar azul, ése que desde aquí se contempla toda una belleza de paisajes?”-, y Dios le respondió, -“el agua es la vida, si hay y existe agua, pues hay y existirá la vida, más nunca he de revelar el secreto, pues, es el mar quien hace la vida y la vida lo hace a el”-, Leónfilo quedó estupefacto con aquella respuesta detrás del unísono magnético de ultratumba y de ultramar que realizó como una especie de laboratorio para poder hablar con Dios y lo sentía y lo palpaba y sabía que estaba vivo mediante el ultrasonido de un micrófono entre el radio y el cuerno o el diente de marfil amarrado al caracol donde se podía escuchar todo el mar. Pero, no supo nunca que era alguien que le hablaba, era un brujo, un científico o un extraterrestre. Él, el de al lado de allá, le seguía el juego, se cree que era un científico capaz de lograr hablar con los extraterrestres o con algo imposible de hablar con el mismo Dios. Y continuaron el juego, por mucho tiempo, el del lado de allá, era muy inteligente era como un científico o un geólogo, sabía de todo en el universo y del Edén. La policía busca con gran deseos que aparezca el más buscado de los curas a Leónfilo, que se acaba de mudar a occidente de Europa. Es un vil y sanguinario cura que habló con Dios y lo mató, mediante la fuerza de gravedad del ultrasonido que él mismo creó para poder entablar una comunicación con Dios mismo. Estuvo toda la noche hablando con Él, Dios. Y hasta que quedó dormido en la silla del laboratorio. Y quiso ser ése que le hablaba y aún más quiso ser todo un Dios. Soñó algo imposible de creer, tuvo una pesadilla cruel y súbita a la muerte misma. La pesadilla fue que él se caía hacia un abismo vacío y sin salida. Y sí, se cayó en realidad su mente y sus psicosis desde ultrasonido lo dejó sin mente ni conocimiento y extrajo todo aquello que había hablado largas horas con un tal Dios y cayó al abismo sin él ni su Dios lo salvó, en la pesadilla. Y cuando se levantó de aquella silla, tenia los ojos rojos, y amaneció de un mal humor que nadie lo soportaba, y no recordó más de todo aquello que había hablado con su Dios. Desde el universo claro u oscuro, desde la línea del ecuador, desde los terremotos, huracanes, y hasta de los volcanes. Hablaron esa noche de la madre tierra, cómo la había creado y más aún cómo había creado al mundo actual de antepasados y de civilizaciones extremadamente extrañas del mundo y de los antepasados históricos. No se recordó jamás de nada de eso, de lo que había hablado con ese ser extraño detrás del radio y de ultrasonidos que él mismo creó. Es domingo y logra realizar la misa de domingo. Llega el martes y es el día de confesiones. Llega Kira, la dulce y jovial muchacha que él siempre confiesa los martes. Le confesó la dulce tentación que tenía por el dulce. Es la dulce y fría tentación que se viste de colores cuando al fin será de negro color. Cuando se abre la incógnita de saber en qué suspenso sucederá. Cuando se cree que la dulce y jovial muchacha es una detective que lo sigue pulso a pulso, latido a latido, por gotas de sangre que él mismo dejó en aquel laboratorio en Europa. El frío denso, suave, tierno, suspicaz, álgido como el hielo, estaba casi a cero de temperatura. La nieve caía como lluvia suave, silente y por demás hacía más frío de lo normal. Él, Leónfilo, se cubría del frío, con un abrigo de tela gruesa, y siempre la chimenea encendida. Se siente desolado, triste y a la vanguardia de todo, vá en busca de un dulce, la dulce y fría tentación. Y oró como todas las noches, su oración más orada en el templo sagrado de la eucaristía. Y subió por las escaleras frías, por la nieve tan fría e inerte dejada en el templo y más aún en la iglesia. Y se sintió solo, y recordó un poco de todo aquello que lo hizo matar a Dios, pero, ¿porqué matar a Dios?, si Dios es bueno y piadoso. Y una voz en el cielo le dijo, -“ven a mí y quizás perdone tu pecado si te arrepientes de corazón”-. Y se asustó sudó frío, el frío le hizo una gota fría, suave e invisible en el rostro. El cura se desviste y se sienta sobre la cama, un colchón viejo con un olor no agradable, pero, no le quedaba otra manera que dormir allí. Piensa, y piensa en saber qué hará con el vil asesinato de Dios. Y decide llamar a Europa, a su casa, a la que era su hogar. Nadie contesta, un acierto para la policía, y un error para el cura. Yá tenía la policía su número telefónico en investigación. Colgó la llamada y se recuesta en la pared de la habitación, y se pregunta -“¿qué voy a hacer?”-. es otro día, es domingo y se prepara para ofrecer la misa dominical. Y eso, que llueven las oraciones como nieva allí, un domingo frío y denso como la propia nieve del domingo en la iglesia. Una señora se le acerca al padre o al cura Leónfilo y le pregunta… -“¿por qué Dios no se acuerda de mí, estoy abatida y triste por esta enfermedad?”-. Y el cura le contesta…-”usted vino al lugar correcto, Dios sí, se acuerda de usted porque usted lo vino a buscar donde Él está”-... Y prosiguió hablando con la señora. Y hasta que el cielo hizo un trueno, estaba lloviendo lluvia y nevando frío a todo lo que da. Y se siente desolado después de la hora de la misa. Hasta que en el cielo escuchó, otra vez, la voz, aquella voz, en el cielo gris, nevado, y de gélido hielo y denso como la lluvia o el rayo y el trueno. Leónfilo, calló su corazón, su latir fue débil, y su pensar fue más rápido, se acordó de que en Europa había hablado con Dios y que lo mató con fuerte estruendo entre aquel ultrasonido magnético con que él escuchaba la voz de Dios y le respondía cada palabra, cada letra, y cada pregunta. Y un rayo saltó por su ventana e hizo un trueno fuerte en el cielo, obvio, en el cielo gris de tormenta y lluvia y nieve fría. Trató de llamar, pero, fue infructuoso, la tormenta cayó encima, como si fuera una noche dolorosa. Siguió el pasillo por donde él pasaba hacia la eucaristía, y prosiguió corriendo, la voz lo perseguía, lo corría de un lado a otro. No era psicosis, no era psicológicamente una fuerza celeste entre su mente y aquel momento. No. Era el preciso y justo momento en que Kira y Leónfilo se reencuentran en la eucaristía y conversan de todo aquello que le hizo venir al occidente a una nueva iglesia. Donde él trató de ser feliz, amando la palabra de Dios. Y habló con Kira, una detective joven y jovial, que cualquier asesino caía rendido a sus pies. Y se desnudó, o sea, el alma la desnudó completa ante el cura Leónfilo.
Le contó una historia que es para cuentos de misterios y él le creyó. Leónfilo le dió su apoyo y que contara con él siempre. Y él Leónfilo, le cuenta todo como fue a parar a la nueva iglesia en occidente. Que vivía solo desde que su padre lo abandonó. Su madre murió cuando él apenas tenía nueve años. Y desde entonces él se dedicó en ser monaguillo y en creer mucho en Dios, en un solo Dios. Llegó a la iglesia por encomiendas del párroco de la iglesia, que estaban buscando un cura en occidente y él por voto mayoritario él ganó la contienda en su región. Y Leónfilo, en su naturaleza de cura cruzó media distancia hasta llegar a occidente. Con un frío inerte y tan fuerte en la piel que socavó muy dentro de él el frío. La nieve y la lluvia densa casi imperceptible, pero, muy sentida llegó el cura vil y sanguinario quien mató a Dios. Kira se fue de su lado por un instante, ella quedó escuchando todo desde detrás de las cortinas de la santa iglesia. Y la voz fuerte se estremeció con demasiado ruido y un estrepitoso desastre. La voz le decía…-”Leónfilo entrégate mataste a Dios, era un Dios muy bueno, inocente y bondadoso…”-. Nadie se percataba ni Kira de esa voz del interior del cura que le hablaba desde una fuerza escandalosa. Era un tormento, o un desastre natural que acaba de forzar al cura a a hablar con esa voz del interior. Era y es y será el cura, el vil y sanguinario Leónfilo, el que un día habló con Dios y lo mató por culpa de la envidia, por la envidia aunque no lo creas hiere en el alma no ser o no tener lo que esa persona es y tiene. Y él, Leónfilo envidió a Dios. Hasta lo último en que sus días hablaba con él, con su Dios. Y se debió a que el tiempo se edificó, se perpetró, más y más, y lo envidió de tal forma y manera que sus manos se llenaron de sangre santa y fue un vil y sanguinario cura por matar Aquél que es y será, pero, ¿cómo pudo matar a Dios?, oh, y él se pregunta. ¿Cómo pasó, cómo pudo pasar éso con Dios?. Oró, y entre sus oraciones encontró la palabra de Dios y un efigie que tenía colgado en la pared se cayó al suelo. Él, Leónfilo se asustó, con la tormenta y el frío más frío que de la costumbre. Se sintió desconfiado, desconcertado, abatido, solo, y más aún en una triste y una fuerte soledad en desolación. Abrió la puerta de su dormitorio y quiso ser y viajar en el tiempo con esa tormenta de lluvia y nieve fría que dió el cielo esa noche. Kira todavía escondida entre las cortinas se fue de allí, yá había investigado la eucaristía. Y había tomado muestras de Leónfilo en el vaso sagrado o el cáliz de la misa dominical. Y se marchó de allí y muy contenta. Mientras que, Leónfilo, en su dormitorio quiso dormir, pero, su conciencia no lo dejó dormir. Mientras que más seguía la voz culpando a Leónfilo de todo aquello que hizo en Europa. Y Leónfilo tratando de recordar aquello y más la tormenta hacia estragos con su conciencia y el frío se apoderó más y más de su propia piel. Leónfilo, tomó un poco de agua con la sed que tenía, pero, el vaso de cristal se rompió en el suelo. Y Leónfilo más y más creía en el poder de Aquél que se llama Dios. Cuando se edificó su naturaleza de Dios, más hizo ver y notar que Él Dios, seguía a Leónfilo como su asesino mayor. El que lo mató, mientras que él Leónfilo, hablaba con un tal Dios mediante el magnético artefacto o máquina creadora por él mismo para poder conversar con el Dios mismo. Y Leónfilo, lo sabía desde su interior, desde sus adentros, desde su insistencia por querer saber de cosas de Dios que solamente Él sabe hacer y decir y explicar. Y Leónfilo en su cobarde acción de querer ser o sentirse más que todo un Dios universal. Cayó en trance de una cruel psicosis, una situación donde se vé reflejado en la pared celajes donde él mismo los creó. Y Leónfilo, vá en busca de aquello que le permitió hablar con un tal Dios. Pero, no se imaginaba que no estaba en Europa sino en occidente y que dejó todo aquello que él mismo construyó y creó para poder hablar con un tal Dios. Así, que quiso crear ese artefacto con que había hablado con Dios allí mismo, pero, no tenía el material adecuado, entonces gritó a fuerte voz, -“Dios déjame ser feliz”-. Y la voz que corría por el pasillo detrás de Leónfilo, le dijo -“no”-. Un rotundo no. Y su fuerza de espíritu se elevó más y más en todo aquello que fue un gran peligro en querer matar a Dios. ¿Y quién pudo haber matado a Dios, si eso no se puede ni hacer?. Entonces, abrió un cajón del gavetero de su dormitorio y encontró un rosario, y comenzó a rezar el “Padre Nuestro”, y el “Ave María”. Y lo rezó en el idioma italiano, y la voz no lo dejó rezar. Y sucumbió en trance desde su dormitorio. Y Leónfilo quiso apaciguar esa voz que le llamaba y le decía cosas desde su interior sin poder imaginarse que el artefacto con que le hablaba a Dios lo tenía yá en su cabeza y en su interior. Y se dedicó en cuerpo y alma. A continuar hablar con Dios a través de su mente sin saber que era la policía europea que lo perseguía desde Europa. Él, continúo su manera de hablar a Dios, mediante la mente, y prosiguió la peor pregunta todo aquello del Edén y de las cosas prohibidas para Dios mismo. Esa noche lo pudo descubrir, que tenía el artefacto en su cabeza y en un delirio por no saber que es investigado por el negociado de Europa. Entonces, Leónfilo, dió su pormenor mayor su punto de partida, hacia la pregunta existente, y le preguntó, -“¿Dios existe?”-... En sus inocentes preguntas el negociado extrañó su manera vil y sanguinaria de matar a otro ser humano en esas preguntas tontas que él Leónfilo indagaba a través de su mente con ese artefacto que él mismo creó y utilizó para saber más acerca del mismo Dios. Y Leónfilo, calló por un momento, como también calló la voz aquella que le hablaba a Leónfilo. Y sí le respondió, y aquella voz fuerte en su naturaleza le contestó que... -“sí”-. Que sí, que estaba en un lugar secreto como una fría y calurosa montaña, dentro de un lago claro como el azul del cielo. Y que sí, existía en verdad. Entonces, la voz calló. Y pudo Leónfilo dormir quieto y tranquilo en la sola soledad. La tormenta de aquella noche hizo pausa y aquietó todo aquel frío inerte y la nieve con lluvia calmó todo. Y amaneció la mañana, cuando se debió de creer que yá pasó todo lo que fue y que realizó el negociado de Europa que yá tenían influencias allí en la iglesia en occidente investigando al padre o cura Leónfilo. Y el cura fue hacer su recorrido por los alrededores a hacer caridad. Cuando se topa con la señora nuevamente y esta vez le dice…-”No creo que el Señor se acuerde de mí”-. Y Leónfilo, le cuenta lo de anoche y ella dice… -”esta vez voy a hablar con Dios para que escuche mi oración”-. Y Leónfilo se dirige esta vez a hacer más caridad pero, en un pueblito más retirado de la iglesia. Y la policía de occidente yá lo estaba investigando. ¿Cómo?. Con el super poder de la mente.