Ni tan siquiera la ígnea lava de mi deseo,
la tórrida lluvia de mis lagrimas
o el magma irisado de la desesperación,
lograron fundir el iceberg acerado de tu pecho.
Y mi proa envistió tu corazón
con las maquinas hirviendo soledades,
mi costado se abrió contra tus hielos
inundándome el alma de agua helada,
mas ni los afilados témpanos del desprecio
pudieron apagar la luz de mis calderas.
Y mi nave se hundió en las profundidades del tiempo,
palpitando pasiones, retumbando recuerdos,
y mi casco se partió y descendió a los helados infiernos
pero ni la aguas eternas del océano glacial
consiguieron extinguir ese fuego
que un carnaval descarnado y desalmado
prendiste en los troncos de mi alma.
Ni los siglos, ni el frío ni el olvido
detendrán los motores de mi vida,
mi corazón seguirá bombeando eternamente
ese amor que una tarde de verano
encendiste en mi cuerpo con tu cuerpo
en mi alma con tus ojos, en mi aliento con tus besos
y mi casco yacerá bajo los mares
mas allá de los tiempos y del tiempo
hasta que llegue una nueva primavera
que funda tu dolor y rompa el hielo.