En las hojas tallaron las burbujas más finas que cumplían con guardar el hambre de sentir una culpa amada que se vive cuando hay que morirse y la suerte solo será un mérito.
El fuego abría la tierra en un carnaval sometido a pensar en la triste duna pragmática y acostumbrada a querer lo insufrible que dono lunares en los astros y en el ser.
El corazón bombeaba la sirena y empezaba la persecución en donde lo insólito juega y pierde el agua al querer un lugar en donde imaginan un camino que moje el tiempo que nunca se vivió.
Los gritos se bañan con el color de las cortinas que compiten con los ojos desérticos por sufrir una lengua apasionada que reía la paz incrédula de los mazos engañosos que pretendían trazar la eternidad.
La inocencia lava el dolor de todos los días que en la penumbra destapa el infierno de los finos miedos sobrevalorados a lo incorruptible que puede llegar a ser el amor.