Yo me fijo mucho en los detalles.
En como el viento ondeaba tu cabello largo ese día de sol,
en tus ojos negros que me decían “aquí estoy, mírame”.
Y entonces yo creía que la eternidad se encerraba en dos ojos que se miran.
Tus comisuras, en las que yo podría quedarme a vivir,
me enseñaron que el hogar no es una casa.
Que somos un para siempre,
aunque ya nos hayamos acabado.