En la ladera del monte,
me encontré con un mendigo.
En el reducido espacio,
donde al parecer vivía.
Se esparcían las viandas,
que en su escasez parecían,
restos de un ágape opíparo.
Sus ojos de puro acero,
pero al mismo tiempo tiernos.
Como un reflejo de bronce,
dirigido al infinito.
Sabio reducto de andares,
observando lo que es cierto.
Como diamantes acuosos,
de puro sabios hermosos.
Analizando lo vivo.
Sus manos como sarmientos.
Como látigos sus dedos.
Andares como un felino,
en busca de su alimento.
Mesiánicos sus modales,
como sacados de un cuento.
Y en su generosa boca,
se adivina lo sincero.
Ropas ajadas y sucias,
de recorrer los senderos.
La luz a gris va tornando.
Mientras surgen las palabras,
como racimos de un verso.
La voz hueca como cántaro,
que atraviesa el cerebelo.
Profundamente armoniosa,
pero forjada de cerro.
Lentamente se hace rítmico,
de su boca el movimiento.
Va desgranando verdades,
que van cortando el aliento.
En la ladera del monte,
como flotando en silencio.
Me llegaron los efluvios,
de un ser humano sin verlo.
Palabras en mis oídos,
que abrazaron mi cerebro.
La piedra donde posaba,
mi cansado sentimiento.
Me habló como habla la fuente,
a los que sueñan sin verlo.
En mis sueños le abracé,
como un delicado objeto.
A.L.
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