Crepitaban los leños en la hoguera
que surtía calor… plácidamente,
y en derredor vibraba dulcemente
el canto que una gaita enalteciera.
Se encaminó hacia el fuego la hechicera
entre el clamor ferviente de la gente,
dirigiéndose al Druida, afablemente,
para rogar perdón le concediera.
Las leyes de los Dioses impedían
eximir a atrevidos pecadores
que reglas muy severas transgredían.
Quién podría juzgar esos amores,
si los hombres las gracias le pedían
y con ellas calmaban sus ardores.
Con ofrendas de flores,
los hombres que sus favores tomaron,
el complaciente indulto celebraron.
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Jorge Horacio Richino
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