Otra vez pensando en ti
en el filo de mi cama,
intentando meterme debajo
y esconderme de la nada,
esa que ahora,
capitanea altiva por casa.
¿Dónde estás mi amor?
¿Cómo te encuentras esta mañana?
¿Qué haces tú, cuando de mí
tienes ganas y no puedes calmarlas?
¿Dónde lloras a escondidas,
mi leal caballero de plata?
¿Por qué te retiraste tan raudo y sigiloso
de nuestra dorada batalla?
Y llorando frente al espejo,
intento reconocerme
en la imagen que refleja.
Agachada, percudida, callada
y sumisa ya, ante los días,
uno igual que ayer
y seguro, que gemelo de mañana.
Pero ¡Qué importa!
Si no ha llegado tu olvido
todavía, si hasta el suelo
que pisabas, rehace
tus huellas para castigarme
en tus andanzas…
Y sé, porque lo sé, que vas
dando bandazos
de un lado al otro de la calle
donde querías alzar
nuestra casa y donde ahora,
sólo los arbustos
plagados de pulgones campan
libres a sus anchas.
¡Ay amor! ¡Ay mi vida!
Si pudiera tornar la ternura
en rencorosa desesperanza,
sería más tenue el dolor
que me embarga y tú, tan sólo,
el precioso recuerdo
al que me abrazaba en los días
aciagos, acallando mi llanto
con besos de luz cuando llegabas.
¡Te quiero, te quiero, te quiero!
Mi boca no sabe decir
otra cosa y entreabierta, sigue
buscando el tacto
de tus boca en mis labios rosa.
Pero sobre ellos
posas tus dedos, imponiendo
el silencio que manda ahora.
Pilar González Navarro
Septiembre 2018.