Somos contradicción. Tratamos de mantenernos alejados de los vicios.
La destrucción es bienvenida a nuestro existir, porque le daremos entrada.
¿Qué nos hará? Nadie lo sabe.
Solo lo permitimos: porque nos ahoga en la duda o en el sueño.
Navegamos en la imaginación como los creadores que somos.
Sí, por ejemplo. Tu pintas y yo escribo. Tú haces música y yo bailo.
Sabemos que esto nos puede estrellar en la cara como una pared de cristal,
como si no la viéramos, o la ignoramos opcionalmente.
Lo que es verdad, no siempre es real.
Por ejemplo: es verdad que estás aquí.
Te entregas. Eres parte de mi escenario.
Pero no es real. Ni yo lo soy.
Simplemente porque no queremos.
Nos gusta el caos. Pero pocas veces lo decimos.
Supongo que es como cuando pruebas el alcohol por primera vez.
El sabor amargo, de lo que sabes que te causará daño,
y después lo ingieres cada fin de semana.
Porque lo aceptas.
Porque algo de ti lo desea.
Quizás, ese es el gran problema.
Desearte.
Tienes tanto que no conozco y ya detesto.
Y quiero saber más de lo que pocos se interesan cuando te ven.
No eres el seudónimo. Eres la contradicción.
Eres la adicción, el beso y el vicio.
Te deseo como el alcohol y nos dañamos.
Pero no es real. No lo somos.
Y te detesto.
Y te deseo.