Quisiera vivir en la calle, recostarme en cualquier callejón lleno de mugre y decepción, abandonar todo, olvidar lo que un día fui por obligación.
Es triste ver a la gente caminar tomando a sus hijos de la mano, con un amigo charlando, o festejando incluso con cualquier grosería saliendo de su boca, bailando al compás que les toca.
Es frustrante vivir siempre entre cuatro paredes las 24 horas, sentir envidia de los que gozan su libertad siendo trabajadores, unas viejas chismosas, fumadores, aceptando cada uno su rol como corresponde.
Yo, intenté cambiar el mundo, creí en el amor, me soñaba saltando en Júpiter, después al centro del sol, un día, todo cambió; frágil e inquieta, por un micro tumor mi rosal se marchitó.
Soy cómo un cerdito que le falló al lobo feroz, y es que… felicidad en mí, nunca existió, todo lo que yo amaba se apagaba como una maldita plaga, como el cariño que sentía hacia una maestra, que, al verla, tuve otra vez una visión y aquella misma tarde falleció.
¡No es justificación para obtener el perdón de Dios Nuestro Señor! estoy llena de un profundo rencor, no tengo idea si algún día los pueda perdonar, ustedes son como ovejas de corral, honorables en apariencia ante el que se deja pisotear.
¡Esas calles que llaman ustedes sin vida, no son un conjunto de mediocridad, sin comodidad, con peligro como lo aseguran!
Sin zapatos o cobija, quizás he de encontrar mi felicidad, errante, en completa soledad quiero nacer dejando esta penumbra atrás.
Hoy, que siento que nada merezco, sin voluntad, sin proyectos, autocastigándome al permitir flagelarme por mi propia sangre, recordando a mi niño interior con gran dolor, pero sigo con la firme convicción de que en las calles entregaré y encontraré la virtud del amor.