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**~La Dulce y Fría Tentación - Novela Corta - Parte VIII~**

La dulce y fría tentación se da como el invierno en que él vivía allí mismo. Como una fría sensación cayó y calló lo que tenía que callar en vez de expresar lo que encierra el temor. Cuando advierte lo que evita, lo inevitable de enredar lo que acontece cuando se encierra el frío de una nieve aquí. Era Leónfilo el cura que habló con Dios o, ¿con Christian Polon?. Su fanatismo lo llevó hacia lo irreal y trascendental. Hacia una esencia inexistente, inocua y transparente donde su inocencia como la de un niño se convirtió en un total desastre. Se siente que el sentido es real como lo más inmenso del cielo. Y son los nervios por investigar aquello que era una gran voz. Desde que el silencio se vistió de un eterno infierno que era casi real. Y sucumbió en trance cuando se llevó la sorpresa el Negociado de Crímenes de Europa yá tenía el individuo cercado, era un adivinador que laboraba con Christian Polon y que lo seguía y sabía todo de él. El Negociado de Crímenes de Europa le advierte a Leónfilo que si le habla al adivinador mediante su cabeza podía ser cómplice o aún más el acusado intelectual de ese crimen. Es la dulce y fría tentación, no poder hablar mediante su propia cabeza, pero, aún así con todo y temor lo logra. Leónfilo al filo de ser el acusado más evidenciado por haber sido el último que había hablado con Christian Polon, a través, del transmisor. Y se logra efectivamente, atrapar al más buscado al adivinador Frederich. Y se insta a ir a sala de la corte suprema. Le llega la citación y comparece dentro del término. No se espera a que sea Leónfilo sea inocente y que éste sea el culpable o viceversa. Cuando confiesa expresa todo lo que quería con el transmisor y más aún, con lo que quería ser después de ser expuesto como inventor de dicho transmisor. Cuando se logra más el altercado entre el jurado y el adivinador. Se siente como una verdadera mierda, y confiesa que Leónfilo cuando se alteró por la línea cuando le preguntó la última interrogante se dice que él Leónfilo cayó al filo de la desesperación y se alteró demasiado a conseguir lo que nunca, saber si era Dios en verdad o no el que a través de la transmisión le hablaba a Leónfilo. Era la dulce y fría tentación, la que conlleva a distraer lo que nunca pasó una voz, o un silencio, lo que le ocurre a Leónfilo. Cuando por primera vez, se siente, una manera de solventar lo que aún no se dá. Cuando él Leónfilo, se entregó, se entregó porque descubrió que lo buscaban y así comenzó la historia. El adivinador escuchó que se alteró demasiado y sucumbió en trance, lo que ocurre después es un estruendoso ruido entre los tres transmisores. Y no se sabe a ciencia cierta quién mató a Christian Polon, desde su cabina radial. Y supo que se siente insolvente, abatido, misterioso, y más aún, como un tiempo sin horas ni presentes, está sentado en la silla del acusado el adivinador y lo confiesa todo y más aún sabe que como pudo ser él o como pudo ser Leónfilo. No se sabe y queda abierta la sección en la corte suprema. Y piden traer a Leónfilo desde occidente con su artefacto o máquina transmisora. Leónfilo está nervioso cuando llega la carta donde le indican que tiene que viajar a Europa con el artefacto. Él, Leónfilo, se siente inseguro, inestable, incapaz de ver y saber que infringió en un delito y fue crear ese artefacto para poder hablar con Dios. Cuando eso se hace mediante la oración. Y ĺe lo sabía, pero, quiso ir más allá de la verdad, de la realidad o el presente vivido. Llega a Europa el cura vil y sanguinario que supuestamente había matado a Dios, pero, no fue a Dios sino a Christian Polon. Y se fue por el sendero, por el camino amargo de la vida, se encerró en su habitación era demasiado cruel lo yá vivido. Y por demás, comenzó a entablar una oración con Dios, cuando se enciende el artefacto en su cabeza y se cree que es el Negociado de Crímenes de Europa quien hace la investigación perfecta. Y le hablan a Leónfilo al filo de la vida o de la muerte como le expresaron que no contestara, pues él se queda callado y más aún se enfría su acometido de ser libre en verdad. No contesta él sólo escucha, a través, de la línea que alguien le habla, pero, se entrega en cuerpo y alma a la oración. Y se aferra más y más en saber que el destino es ambiguo y continuo. Y se calla la voz, no prosigue en hablar con Leónfilo. Y se altera más su situación. El juicio se ventila, otra vez, en la manera de confesar qué pasó literalmente con el oído de Christian Polon, a través, de la emisora y la transmisión. Y sangró demasiado y crepitó en dolor su cuerpo, y murió en el acto. El adivinador confiesa que estaba detrás de la línea grabando todo y sí presenta la grabación como evidencia en el juicio. Un sonido o un ruido estrepitosamente estruendoso y se dice que colgó la transmisión en vivo y entonces le sucedió todo éso a Christian Polon el científico geólogo quien hablaba con Leónfilo. Y fue tomada como evidencia entre los dos, la grabación como punta de partida hacia el veredicto final. El juez yá tomaba su veredicto y faltaba el sano juicio del jurado. En aquel momento se desmayó Leónfilo, él también lo confiesa en el mismo instante en que Christian Polon cae y muere en el acto. Por ende, se le toma de seguro lo incierto. Y se enfrentan en la corte suprema de Europa los dos, tanto Leónfilo como el adivinador Frederich y el juez toma sentencia: el culpable es Frederich que colgó estrepitosamente la línea causando la muerte a Christian Polon. La dulce y fría tentación se vé en los ojos de Leónfilo al ser el cura del pueblo, de los feligreses y de occidente. Camina y se saludan y Frederich acepta su delito ante Leónfilo. Y Leónfilo con una multa alta por haber creado un artefacto inconscientemente para poder hablar con Dios. Y se siente satisfecho y más aún libre como el ave vuela libre. Y él Leónfilo decide marcharse hacia occidente e instalarse por siempre en la iglesia que lo cobijó como cura y sacerdote y más aún creyente en un sólo Dios, pidió perdón y se retractó ante todo y ante  Dios. Y se fue para occidente, cuando quiso ser un cura de la ciudad fría. Y con el frío a cuestas, se enfrentó a la vida, a un juicio y a un tiempo entre la muerte y la vida. Se aferró a la vida, al amor, y al deseo de servir el cura a los feligreses de una ciudad tan fría como el hielo. Como una verdad tan helada como el tiempo frío o como la nieve fría, Leónfilo quedó frío como esa nieve fría. Y se supo que el deseo de servir a Dios es lo más hermoso. De creer en lo más imposible para el hombre poder hablar con Él. Y ser como lo posible de hablar con Dios mediante la oración. Y se sabe que el cielo existe como existe el infierno. Y saber que el destino es saber que en la palabra está Él. Y saber que el silencio se debe de enfriar con la palabra de Dios. Como un sentir suave y tierno de saber que el destino es inevitable y de sentir la fuerza de Dios. Pero, ir más allá, es saber que el silencio es enfrascar la osadía en discernir lo que conlleva aquí una sustracción. De saber que el silencio es amar a Dios sobre todas las cosas. Y amar lo que se aferra más. Y saber que el frío es saber que Dios es entregar la fuerza en débil atracción. Leónfilo al filo de la intemperie, se debió de sentir frío como esa nieve, pero, se dijo, -“yo sólo quise hablar con Dios y lo logré, aunque no haya sido Él, mi corazón se sintió amado con tal fuerza como si hubiera hablado con Él, como si hubiera sentido su presencia aunque fui estafado, engañado y con tan daño fui a parar a un juicio, pero, la vida me dió la libertad y más aún, la verdad”-. Esas fueron las primeras palabras de Leónfilo y quiso ser como todo un héroe, pero, la gente sólo le dijo, -“nos compadecemos de usted”-. Solamente con tal inocencia se intensificó su estado emocional de creer en algo que no era cierto, que era tan incierto como la falsedad de la pregunta más efímera, pero, más preguntada, -“¿Dios existe?”-. Y Él, Leónfilo cayó al filo de la existencia de Dios, de creer o no en Él. Y se guardó su creencia en el corazón. Y más nunca volvió a hablar de Dios con tal fuerza que aquella vez. Y sintió el corazón recóndito, solitario y frío como aquella nieve que caía del cielo. Y él, Leónfilo calló por aquella vez, cuando fue que el temor arribó su cometido fugaz encuentro. Y decidió en querer amar más lo que se aferra más la vida. Y se entregó en cuerpo y alma a su labor caritativa. Y vió aquella mujer, como por primera vez, y fue a Kira, la confesó, otra vez, en el confesionario, y decidió ser el héroe de aquella mujer con la dulce y fría tentación, que volvió a sentir cuando la vió, y fueron a la heladería a comer el dulce sabor de los dulces frescos. Y con sentir lo tierno que es tener un dulce en su paladar, se edificó la dulce y fría tentación, de siempre tener en su interior y en su corazón la atracción de poseer en su sabor el dulce y la fría tentación, de saber que en los dulces se encontraba Dios. Como la fuerza extrasensorial de saber que en el silencio se espera a que la dulce y fría tentación se siente en el corazón. Leónfilo al filo del corazón siente en su naturaleza que su esencia es tentar la suerte como la buena suerte de haber salido libre y en libertad. Leónfilo quedó petrificado en su iglesia y más aún los domingos de misa dominical cuando se vió la presencia como un efigie. Como Dios mismo en la cruz. No fue beato de la iglesia, pero, fue un cura extremadamente bueno y de corazón. Leónfilo cruza siempre la acera y la avenida en busca de la verdad, de ese sabor que nadie más le da a su boca. Y son los dulces, la dulce y fría tentación de caer siempre en la gula. De siempre caer en la tentación, de saber que siempre ocurrirá la dulce y fría tentación. De que si quería hablar con Dios sólo tenía que probar la dulce y fría tentación que le daba tener que probar esos dulces de la heladería de enfrente. Y que siempre lo encontrará entre las buenas manos de sus propios hijos. Como los que confeccionan ese rico sabor en la dulce y fría tentación. Y se dice que en el lugar se siente frío, denso, y como cualquier sensación de fría nieve. La vida de Leónfilo quedó por siempre en el corazón de él y en los feligreses. De poder sentir lo que se aferra, cuando en el corazón se siente. Y quiso hablar con Dios, y más aún, quiso entregar en cuerpo y alma, su corazón de creer en un solo Dios. Él, Leónfilo se debió de creer que en la creencia se cuece poder creer en la verdad. Y saber que en la vida es fácil de creer en Dios, cuando se siente en la verdad la tristeza, la desolación y el abatido instante. Cuando se da la sensación de poder creer en Dios. Y a él, Leónfilo quiso ser ése que hablaba con Dios. Y que le preguntaba tantas cosas de la vida y de la naturaleza. Se debió a que el frío condensa más, y más, cuando se debate la espera de enfriar el tiempo cuando no fue bastante para él, Leónfilo. Cuando se siente el frío suave y opaco, y se detiene el deseo sin saber que el destino es fuerte como la espera. Él, Leónfilo, se siente desolado, cuando en su habitación vá en busca de la oración entre él y su Dios. Y sabe que su Dios, es un Dios bueno, condescendiente y bastante fuerte en su afán de poder hacer creer que los feligreses crean en Él. Y en su hazaña de poder creer en Él, se basta de poder creer en el poder de Dios. Y se sabe que el delirio frío se cuece en el ambiente más, y más, pero, Leónfilo, al filo de su propio corazón, se siente en la salvedad de sí creer en Dios. Y fue una segunda oportunidad de diferir entre lo real y lo irreal. De poder sentir lo que quiere el corazón. Y él, Leónfilo, al filo de su propio corazón, quiso ser ése que habló con Dios. Y quiso ser más que además, de hablar con Dios, fue y tal vez, más inteligente que el que habló con él, Leónfilo. Porque no fue lo que dijo que era supuestamente. Y Leónfilo, fue su inteligente discípulo, y casi el más querido de su audiencia. Y Christian Polon un querido científico y geólogo que se creyó ser un Dios, y en contestar aquello que quiso él y que la gente le preguntaba. Un geólogo y un científico extraño para Leónfilo y un conocido para la audiencia con que él hablaba. Sería nefasto el tiempo, cuando se da lo que quiere el tiempo. Y se da como poder creer en Dios. Y se siente como sin poder tener la fe y la esperanza a tu lado. Y se debe de saber que en el círculo vicioso quedó una sola creencia. Y se debió de enfrentar a la osadía de tener un sólo Dios en su mente y en su corazón. Y quiso hablar con Dios. Y habló contra todo aquello que se creía en ser todo un Dios. Y se fue de la línea cuando un ruido estrepitoso ocasionó la muerte de un ser humano como lo fue la vida de Christian Polon. Y Leónfilo cayó nuevamente entre la dulce y fría tentación de aquellos dulces de la heladería de enfrente de la iglesia. Y se dió como un sabor tan bueno como lo fue alimentar su corazón con algo hecho y elaborado por la misma sensación y casi por la mano de todo un Dios. Y Leónfilo murió a la edad casi de sesenta años, cuando murió en la iglesia y frente a la eucaristía de su propio templo. Y la dulce y fría tentación quedó por siempre en aquellos dulces de la heladería de enfrente y en Kira y en Leónfilo. Y llegó otra cura y quedó la misma sensación de poder hablar con el mismo poder que Leónfilo, porque dejó su transmisor con la línea siempre abierta a hablar y a dialogar con el mismo Dios. Y ése cura lo escuchó y entabló una nueva conversación con el mismo Dios, con la dulce y fría tentación de poder hablar con Él.  

 

                                                       

           FIN