El cielo es verde, es rojo, azul y sin color;
parece juego de penumbras y de figuras imprecisas,
de ti cediendo en el arrebato de mis rudimentos.
La extensión de las paredes de aire petrificado,
férreo en el aroma de tu piel jadeante,
con tu vientre asiduo instigará un anquilosado cortejo;
intuye trémulos labios como perfume carmín.
Tu cuello, tu espalda, tus uñas,
todo descubre el crisol;
es un momento de palabras desencadenadas
y de calcinadas caricias;
y tu vestido, como tinta precipitada,
desiste por las yemas de mis dedos.
Tu sensibilidad corpórea
se derrite con el músculo de todas mis explosiones.
El menguante que lacera el maíz
y la entramada consecuencia del invierno;
el remanente placer de tus clitorídeas rebeliones
y el resto de mi pecho que no ceba.
El algodón y la brisa artificial cantan,
con la dualidad de los géneros agotados,
el violento ruido de los trenes se detuvo
y todas tus-mis fibras extasiaron.