Heme ciega en la siega del cerro
cuando pinto al centeno
que corta el aire.
Heme en la siega ciega de
la lluvia de cascarilla
que recorre el poro
blanquea la azarosa chaqueta
donde escondo tabaco negro,
hojas finas, papeluchos con versos
y el encendedor presto.
La culpa me doblega,
me enferma cortar
este campo que observa
desde el auto
el turista del verano.
Con cada golpe de azada
cae un pensamiento de Van Gogh.
En mi espalda dos mujeres
se afanan en juntar montañas
hasta que llega el tractor y oprime
con insoportable quejido
la hojarasca.
No hay paisaje, no queda centeno,
la extensa planicie muerta
en la bota que salta
sobre la guarida de conejos.
La noche se acerca,
huele a la santísima
mezcla del alma de las plantas
con la inmensidad de océano.
Al amanecer iremos a abalear
en las cuencas.
La tormenta se acerca
pero ya nada queda en pie,
nada a desbaratar,
es solo una mala noche
hasta que lleve la harina al hostal
y el pan embriague
la boca de los Hombres.