Nada como oír el feroz rugido de los cielos. La rabia acumulada se desmorona en lágrimas dulces y la tierra se vuelve menos firme.
Me imagino una mano gigante rasgando las nubes, acompañada de descargas fulgurosas de ira.
La noche escucha y los entes duermen mientras todo un mar ha sido librado sobre sus cabezas, en cosa de minutos. El noctámbulo insomne es el único que lo ha presenciado todo. Escuálido, desde su ventana, contempla el enfado de los cielos cernirse sobre las calles.
Está bajo techo pero también llueve sobre sus mejillas: sabe que los charcos y los canalones estarán tan secos al amanecer como éstas.
Recuperarán su textura y su tez seguirá siendo pálida, y esta alimaña noctámbula dormirá durante el día, esperando más tormentas nocturnas que tapen el sonido de sus propios sollozos.
Demostremos que un árbol hace ruido al caer en un bosque, por mucho que nadie haya estado ahí para oírlo. (Me imagino tumbada en la acera de las calles bajo la lluvia... Ensuciandome...)