Como la calma y el placer que da el siseo de la lluvia,
así fuiste.
Pero hoy la lluvia cae justo ahí donde me duele,
cae también en los cristales que se empañan,
en los árboles,
en los tejados que parecen sollozar
y derramar lágrimas mías.
Ya no quedan caminos por recorrer,
ni siquiera estas vanas palabras
pueden resarcir los estragos de tu ausencia.
Ya los pájaros aletean el aire melancólico del otoño,
mi nostalgia se acentúa en el otoño.
Es cierto, ya no estás, ni siquiera existe el retorno,
ni tampoco el milagro de mirarme en tus ojos.
Cada noche te escribo más y más lejos,
allá donde tal vez no me oyes, o tal vez sí.
Solo sé que ese es mi único remedio,
aunque aún tengo el eco de tu risa
y la memoria de tu piel.
Tu recuerdo está en la música,
en cada cosa febril que respire, lea o suene.
Soledad es gritarle a un pasado
que ya nunca jamás volverá.
Por eso decidí no hablar más de ti,
todo lo que sabía se lo conté a las luciérnagas
y ellas me dijeron que
iluminarían el bosque con tu recuerdo.
A veces camino entre los árboles
para que su luz me haga sentir que tú estás ahí.
Irónico, pero ahora su luz, es tu luz.