Nunca te atrevíste a pasear
por esa calle sinuosa y fría
para ver si la casa estaba
habitada, pero tu alma temerosa no se atrevía.
Quizá alguna sombra, algún desaire
vivíste en la calle vacía del Aire,
y sin embargo está la casa habitada
por el silencio invisible que respiraba
el poeta siendo niño, una calle
que esconde secretos infantiles,
una calle sin juegos, sin pelotas
sin perros, sin más compañía
que el permanente silencio,
una calle donde la semilla del dolor
y la desilusión germinó y emigró
para florecer en otros aires cálmos
y en otros vientos aventureros
donde surgieron rosas rojas de pasión
y nobleza como las flores silvestres
capaces de arraigar entre las piedras.