En la montaña de la tarde,
ojo cristalino, primera estrella.
El viento es un lobo oscuro,
y mis pensamientos son niebla.
Mi pecho es lamento mudo.
El alma crece como árbol al cielo.
Vislumbro el tenue astro
y mi mente en el queda asida.
De incógnitas y arcanos
las ansias se lastiman.
Más allá, horizonte de cielo,
páramo azul, oleaje constelado.
Mi alma sufre las distancias
y mi corazón duerme acurrucado
en la creciente lejanía.
Navegante de la noche soy,
la luna de ceniza entenderá
mis anhelos, por el corredor
de lo arcano a la par irán,
hasta que sea yo grupo de huesos.
De quimeras soy cautivo.
En el esqueleto de la noche
la primera estrella del crepúsculo
es inmóvil sueño y en mi goce
de perpetuas dudas, sueño el mundo.
Quisiera estar lejano y cercano,
o quizás fuera mejor ser flor o can,
y bajo sombra y silencio,
existir vanamente, sin conocer la nada
o sin saber del todo, tenaz martirio.