En el lecho alquilado parecía que dormias.
En un rincón del cuarto, la cortina entreabierta.
Y la luz de la tarde, penetrando por ella,
a tu cuerpo desnudo, le tallaba facetas.
La luz te matizaba con un baño de cobre.
Los vellos de tu abdomen, eran llamas erectas.
Tus senos juveniles, carne-luz, carne-sombra
dos montañas umbrías, con medio sol a cuestas.
Ascendió mi mirada buscando tu cabeza.
La luz se conjugaba en tus dientes de nácar
y mil constelaciones en ellos fantaseaban
como astrales leyendas viajando sin distancias.
Tus párpados cerrados.-Tus pestañas hervían.
Incontables luciérnagas de plata revolaban
y a un lado de tus ojos los átomos nacían
de dos lágrimas puras, luz pura de tu alma.
Yo te besé en la frente y te dije: Te quiero.
Te abracé con angustia y me amastes con ansia.
Después te pregunté:¿Por qué lloras, mi cielo?
Y tu me contestastes: Lloro por mi esperanza.