Por lo menos cuatro veces al día uno es tentado. A quedarse más tiempo en la cama, a revisar una vez más el álbum de fotos cuando eras más joven y la vida iba bien, a releer esos versos de Whitman, hasta a tomar otro cargado café.
Ahora bien, puede que la certidumbre de incluirte en mis metas me impulse a levantarme cada mañana, que el café se me agote o que se nos vaya la vida en miradas pero cuando soy tentado a advertirte ardiente y callada te imagino envuelta en sendas inocencias contra mis endiabladas abstinencias elevadas a la enésima potencia de un par de besos y caricias sin temor ni resistencia.