Ella
se acicala
las pestañas
frente al espejo.
Se pinta
los labios
en blanco y negro.
Mira
fijamente
sus ojos ahí,
en el espejo.
Vuelve
a acicalarse
las pestañas
con rimel barato
arruinando sus pestañas
y sus ojos.
“He venido
a morir
contigo”.
Afirma
el rostro
del espejo.
“Las chicas
son así”.
Proclama
el rostro
detrás del espejo.
Ella,
desde el otro lado
araña el espejo
con sus uñas afiladas
como cuchillos.
Un chirrido
ensordecedor
recorre la casa.
Se desploma
en una silla
frente a un escritorio.
Detrás hay una caja cerrada,
envuelta en papel.
Por debajo sangra.
Ella
la mira fascinada.
Oye pasos.
Se esconde
dentro de un armario.
Los pasos
se van alejando.
Sale del armario
pero ya no es ella
sino la del espejo.
La caja se abre.
Ahí no había nada.