En mi mente cargada de tinta china,
sólo hay espacio para tu lengua.
Bautizo al sol y maldigo la noche.
Me envuelvo en tu risa de aceituna recién peinada,
y bailo con tu ombligo de tierra,
una canción de cangrejos.
Palidece la nostalgia.
Las pupilas parecen equipajes
llenos de arañas muertas.
El deseo es el anfitrión de la carne,
y la mirada se hace cómplice del corazón,
cuando surgen pretextos indecorosos
para entrelazar las almas.
El desafío se vierte en la taza de café
y tu sombra suda nueces de estrellas en ayuna.
Tus labios le dan una tregua
a la incoherencia de mi saliva.
Y el universo parece aún más tierno
cuando idolatra a la ceniza.
El mar rueda por tus mejillas de teclas vencidas,
las campanas de perfumes robados
convidan a los reptiles huérfanos
al festín de la locura,
y la luna nos dicta un glosario infinito,
de caricias muertas.