Este es el relato de la vivencia. Debía rondar por
entonces la docena de años:
Fue una tarde de otoño, de esas que nos envuelven
de una deliciosa tibieza, cuando brotaron de mi
puño ciertas letras de amor, de un amor vicario.
Eran tiempos donde no tenía sangre sino hangre,
porque era tal el contenido de hormonas que
circulaba que sería injusto que mi rojo líquido
no fuera definido con una palabra que contuviera
al menos la letra h.
Era Orfeo a la espera de Eurídice.
Fueron torpes los versos, donde hablaba de
algo así como que en un futuro próximo ese
amor que nacía se haría vínculo eterno.
Recuerdo que dije que unirián sus manos, cosa
que no ocurrió por supuesto.
Para que ese escrito llegaran a sus inspiradores
sin que conocieran su autoría me dió por hacerlos
un gurruño y arrojarlos por la escalera que servía
de escenario a Romeo y Julieta.
Al instante lo leyeron para mi sonrojo y ahí quedó
la vivencia, entre risas y burlas.
Todo lo que cuento debe ser puesto en entredicho,
habida cuenta la fragilidad de la memoria.
Por darle un toque poético...
Añoradas golondrinas que no
hicieron verano.
Suspiros que cayeron letras
sobre el blanco del deseo.
Pálpitos antes recitados de boca
paterna se me hicieron carne.
Envidia vestida de declaración de
otro amor, por mí sentido.
Bola de papel rellena de corazón que
rodó escalera abajo.
Romeo y Julieta en olor de
aplausos de una multitud.
Multitud que solo era yo mismo.
Risas burladoras de un Don Juan
sin vocación.
Vergüenza que me inunda, como
un mar de dudas.