Vino con su ansiedad
y su esperanza;
ojos que querían detallar
la cercanía,
la presencia inesperada.
Llegaba con el pelo suelto,
zapatos comodos,
y el cuerpo dispuesto
a comenzar,
si dijo algo,
no me acuerdo;
la voz era un refugio
inseguro de las ganas.
Besé rápido esos labios suyos,
mios,
entonces nuestros;
no hubo descuido del espacio
ni del tiempo,
que sin pasar,
ya nos sabía a poco.
Nos abrazamos
con toda la ilusión acumulada,
no queríamos salir
de la emboscada.
Su boca era un pastel
que ya podía morder,
y un montón
de frutas maduras,
esperaban
en la cama.
Eduardo A. Bello Martínez Copyright 2018