Me reconocí hace varios días,
entre el tumulto cotidiano,
siendo enteramente feliz.
Imaginarme que volvías
ya no fue necesario.
Sonreí, me salió de la raíz.
Y me pregunté en ese instante:
¿Qué clase de vida tenía antes?
¿Cuánto tiempo desperdicié sin experimentar
lo que era gozar de una verdadera felicidad?
Entonces me prometí ahí mismo,
con el júbilo brillante en mis ojos:
“Ser alguien más, ya nunca finjo”.
“Prometo no volver a colocar en mi espíritu más trabas ni cerrojos”.
Aquel día, sin razón aparente,
una risa me surgió del fondo, de repente.
Fui lo que no había podido ser hace tanto.
Era feliz, y no supe recordar
cuál había sido la última vez.
¿Habían pasado años?
Ya ni sé cuánto...