He descubierto patrias
desoladas sobre la arena.
Ilumina el desteñido resplandor
la imagen de la última huella,
el confuso pájaro del viento
reposa sobre la palabra rota.
Me he internado furtivo
en el enigmático sonido del bosque
para no olvidar que lo sórdido
está lleno de vida.
He descubierto, y admiro tanto:
admiro la soledad del rocío
en la que se tejen los astros;
admiro la centella del alba,
campana de fuego, brasa
de las esperanzas nómades;
admiro la silueta del árbol,
espejo y ventana de porvenir;
admiro el canto,
grial de nieve encarnizada,
sentencia a quienes en la tierra
sembraron la impronta del silencio.
Me he internado furtivo
en los discretos ejes del mundo,
donde en cada temblor
el hombre inventa la palabra,
el nosotros,
para volver a nacer
de las recónditas sílabas,
en el himno, en el suspiro.
Soñaremos con el mar
y despertaremos
a orillas de la playa.
Elogio a los ríos
que se cruzan, que se encuentran,
que se van a lo desconocido,
para volver a Occidente:
al Imperio de la luz.
No sé si llegarán,
solo me pongo el olivo sobre la cabeza
y con ellos me voy,
cantando.