Pedazo de uva madura en la longitud
de la noche, doncella llegada a mí
con el suave parpadeo de la tarde
y el dulce aletear de grandes soles
anochecidos.
Surges como la exquisita nostalgia
de las mariposas de humo dormidas
y con el encendido vuelo de luciérnagas
ciegas.
Deslúmbranse mis ojos -ayer fríos metales-
por el raudo centellar de tus pupilas;
la espera ha sido larga, mi reina,
gaviota de tantos viajes ignorados;
te tengo a fuerza de cantos de caracoles
oscuros, de cálidos sueños y de ausencias.
Has llegado, al calor del vuelo de mis cartas,
tenías que venir y has venido
y te amo.
Adónica, mi pecho de oscuro horizonte
esperaba, y le llegó el estío; con tus manos
y las mías lanzamos los dardos a los pájaros
libertos de la noche; curiosas las horas,
negras pero ebrias de fuego
responden al silencio quebrado por el mar,
por la tarea nupcial que se cuelga
de los cipreses, de tu belleza y mi anhelo;
están llenas las manos, de ti, de mí,
así no caben despedidas, mi bella, mi Musa,
mi sol del alba, nocturna luciérnaga mía.
Debías, o tenías que venir con el estío;
has llegado en mil notas musicales,
entre versos, pájaros y férreas estaciones,
tenías que venir, has venido,
y te amo.
Bolívar Delgado Arce