Bolívar Delgado Arce

ADÓNICA

 

Pedazo de uva madura en la longitud

de la noche, doncella llegada a mí

con el suave parpadeo de la tarde

y el dulce aletear de grandes soles

anochecidos.

 

Surges como la exquisita nostalgia

de las mariposas de humo dormidas

y con el encendido vuelo de luciérnagas

ciegas.

 

Deslúmbranse mis ojos -ayer fríos metales-

por el raudo centellar de tus pupilas;

la espera ha sido larga, mi reina,

gaviota de tantos viajes ignorados;

te tengo a fuerza de cantos de caracoles

oscuros, de cálidos sueños y de ausencias.

Has llegado, al calor del vuelo de mis cartas,

tenías que venir y has venido

y te amo.

 

Adónica, mi pecho de oscuro horizonte

esperaba, y le llegó el estío; con tus manos

y las mías lanzamos los dardos a los pájaros

libertos de la noche; curiosas las horas,

negras pero ebrias de fuego

responden al silencio quebrado por el mar,

por la tarea nupcial que se cuelga

de los cipreses, de tu belleza y mi anhelo;

están llenas las manos, de ti, de mí,

así no caben despedidas, mi bella, mi Musa,

mi sol del alba, nocturna luciérnaga mía.

 

Debías, o tenías que venir con el estío;

has llegado en mil notas musicales,

entre versos, pájaros y férreas estaciones,

tenías que venir, has venido,

y te amo.

 

 

                               Bolívar Delgado Arce