Y en tu cara, va danzando, escondiéndose en los rincones, huyendo del tiempo traicionero.
Agazapada con miedo y con rebeldía, muchas veces se deja entrever sin quererlo.
Aun tibia, vívida y expectante, te recorre suavemente aunque muchas veces no la sientes.
Se ríe a carcajadas mientras tu tratas de reprimirla bruscamente, y llora a grandes lágrimas de cristal cuando algo la sacude.
Pero aún así, aún así allí sigue, persistente, prepotente en ese hoyuelo que se te forma al sonreír y en tu entusiasmo al aprender algo nuevo; en el surco que se te forma en la frente cuando frunces el seño ante lo ajeno.
Allí sigue, danzando entre los años, entre la seriedad, entre las reglas duras y el cuestionamiento.
Allí sigue, tu niñez allí sigue.
Y aunque el tiempo te arrugue la piel y los años te quemen la existencia, ella sigue allí tibia y suave danzando entre lo que fué y lo que será.
Allí sigue, saliendo en una risa gorgojeante o en una lágrima apenas contenida.
Allí sigue, tu niñez allí sigue.