Vino el guardián del orden, presto…
Y solícito me dio una regañina de civilidad
Con el dedo en ristre me amenazó de hacerme preso
y luego me dio un discurso moral, por la ciudad
La gente miraba divertida mi ocaso ciudadano
Y hasta un dejo de lástima se adivinaba en alguno
Cuando el guardián, arrebataba de mi temblorosa mano
El marcador indeleble, motivo del social ayuno…
Y pensándolo bien, debe ser bastante triste
Encontrar a un hombre mayor montado a horcajadas
Sobre aquel caballo de bronce, marcador en ristre
Evocando acciones que antes, fueron balandronadas
¿No le da vergüenza? Hacer esas cosas, ¿señor?
Decía divertido el guardián, sacudiéndome severo
Provocando carcajadas de mirones alrededor,
Dislocando mis anteojos que acomodaba con esmero…
¡No Jovencito...! ¡No me da vergüenza alguna!...
Yo he construido esta ciudad, antes que usted naciera…
¡Y ahora, con tantos años, ¡la amo con fuerza añera!
¡Y las mariposas en la panza se sienten como hambruna!
¿Qué mejor adorno, para un monumento sombrío?
Que la fuerza de un amor lleno de claridad…
Que un corazón dibujado con su nombre, y el mío,
¿Para hacer más feliz a ésta triste ciudad?...
¡Condúzcame pues, esposado hasta el calabozo…!
¡Por el crimen horrendo de amarla sin condiciones!
Y henchido de felicidad, juventud y gozo...
¡Andar por la ciudad de día, pintando corazones!
Y guardián y turba sonríen y yo siento orgullo
Y me liberan... y ahí queda el monumento aquel
Con el padre de la patria y su brioso corcel,
¡Con un corazón en el anca, con mi nombre, y el tuyo!...