Lo conozco de chiquito
al pingo
y es mi amigo
desde que era potrillito.
Yo le puse el apodo de Brujo
porque parece adivinador.
Nunca le digo adonde quiero ir
pero el sabe siempre donde voy.
Como flotando corre mi caballo overo
buscando afanoso lo que yo quiero
porque el extraña lo mismo que yo.
La querencia que nos esta esperando
a el por extrañador y cariñoso
y por lo mismo a mi también.
Se pone triste cuando estoy preocupado
porque bien sabe que son deudas de juego
lo que me pone el cerebro a pensar
pero mucho comprende mi soledad
para seguir galopando y no ponerse aconsejar.
Cuando volvemos de la pulpería
sin estrellas y ya se ha prendido
el lucero
viene Brujo galopando sereno
y no tengo que hacerme el arrepentido
porque si estoy muy borracho
sabe hacerse el distraído.
Siempre lo que hace es bueno
y lo dejo galopar solito
porque su juicio es certero.
No le puse Brujo por capricho ligero.
Cuando ando en entrevero de amores
le pido al caballo que recuerde
alguna oración para no aburrirse
mientras me espera
pero es de ley el potro
capaz de volverse devoto y darle
a los rosarios que sean.
Al volver del escolazo
el domingo a la tardecita
el llano me parece mas triste
y aunque tenga que empeñar
alguna de esas cosas
que no se recuperan
se cuida de no mirarme a los ojos
y aunque me mire algún búho curioso
acusándome malicioso
a la hora del poniente
Brujo me hace pata ancha
y por eso no me mira de frente.
Amo galopar con mi caballo overo
porque el anda con voluntad y presteza
y somos una sola cosa
el potro criollo y yo
al soplo del viento pampero.
Este amigo compadre
en la grandeza de la soledad
es para mi la única verdad
y el único ser parecido a mi madre.
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