Entre la penumbra y la somnolencia,
dejé un libro, caer en mi mesa,
bebí uno, dos, tres,
quién sabe si diez tragos de mezcal,
y casi al terminar
descubrí el brillo de tus ojos,
intangibles y amorosos,
en el fondo de la botella,
como una sorpresa.
Debilitado en ti,
me dormí, a mitad de la madrugada,
me despertó el frío,
intenté cubrirme,
buscar otra cobija
y sobre mi cama
tus ojos volvieron,
se metieron en mi pecho,
inundaron mis arterias,
y volví a conciliar el sueño,
Querida mía, te fuiste de forma inesperada,
y quisiera desgranar la nostalgia,
estrellarla contra el piso,
porque desde que no estás, respiro,
sigo vivo,
y aunque te desee felicidad donde estés,
y anhele que te protejan bajo su abrigo,
olvidarte, cariño mío, no lo consigo.