Por aquí, de nuevo pensando en ti, me doy cuenta de que me haces falta en los lugares más pequeños, pero que resulta indispensable los ocupes, pues son tu sitio, tu puesto en mi vida, diminutos puntos que, si están vacíos, pareciera que el vacío podría adueñarse de todo:
Me haces falta en la punta de la lengua y no solo para poder nombrarte a cada instante, sino para que el sabor de todos los sabores tenga algún sentido.
Me haces falta en las yemas de los dedos que extrañan no solo la suavidad de tu piel y de tu pelo, me faltas ahí para que cada latido de mi corazón llegue a su destino transfigurado en cálida caricia y no se pierda tan solo dando tumbos por mi cuerpo y desfallecido se muera en el silencio.
Me haces falta en los rincones de cada habitación, en cada cajón de todos los armarios, ahuyentando monstruos sin infancia y fantasmas del pasado…
Me haces falta en cada línea de las palmas de mis manos, en cada augurio de gitana, en cada naipe, en cada signo, en cada seña, en cada letra de tu nombre y de mi nombre, en cada oráculo, en todos los recuerdos de mi infancia, en cada verso que se ahoga en mi garganta, en cada nota, en cada arpegio, en todas las canciones de amor y desamor, en cada enigma, en cada clave, en cada taza de café, en cada gota fermentada, en todas mis locuras, en todos mis delirios, me haces falta en el letargo vespertino y más aún, me faltas en el prodigio de despertar cada mañana con tu aroma besando cada almohada…
Me haces falta en cada gota de sangre, de sudor y de rocío para que valga la pena el esfuerzo diario y el trabajo de la mente y de las manos no sean tan solo notas curriculares, un simple monumento, una lápida en la última fila de algún olvidado cementerio.
Me haces falta, también, al centro de los ojos, en el objetivo de la córnea ocular, para que la lente de tu sonrisa me ayude a enfocar el universo y me permita ver con claridad la vida y su realidad, para que cada chispa de luz rebote primero en tu cuerpo y no se pierda dejándome solo en la oscuridad.
Me hace falta un dedo tuyo circulándome el ombligo como alegre sustituto del cordón materno -que dio sustento a mi vida- evitando que me llene por ahí esa mancha de la nada tan común por estos días, en el hueco estomacal que, sin saber por qué, ocupa el lugar del hambre en casi todas las barrigas satisfechas.
Me haces falta en el nudo del cordón de mis zapatos, no solo para asegurar mis caminos y darle sentido a cada paso, sino para que en ese mismo nudo me regales las alas de Mercurio que me dejen desatar los sueños y permitan elevarnos más allá del cielo azul, sobre cúmulos y nimbos, para precipitar en tierra fértil.
Me faltas en el intersticio de los dientes, donde se queda tu sabor después de cada bocado, después de morder tu lengua y la suavidad de tu pecho, donde te conviertes en mi aliento y desde donde tu aroma me recuerda el nombre y el perfume de miles de flores y sus colores y sus texturas y su música y tus amores.
Me haces falta en la estela circular que dejan los segundos, en las manillas de mi reloj, para evitar que los días se repitan sin cesar, para impedir que frene el calendario sin razón y me aplaste el peso de un sinfín de acumuladas hojas, hojas sin fecha de caducidad, con versos y sin ellos, hojas y horas en blanco, cuando lo único que avanza es mi cuenta regresiva y lo único que crece es mi desconsuelo.
Me haces falta un solo instante y al siguiente también me faltarás…
Me haces falta y mucho más, cuando pase esta hora de nostalgia, cuando vuelvan la alegría y los colores, cuando pase este día sin vacíos, todavía me harás falta, me haces falta en cada gota de diluvio, en cada hoja al comienzo del otoño, en cada gramo, en cada poro, en cada punta con orzuela, cuando acaba cada invierno, en la mitad de mi semilla, en cada grano, en cada polen, en cada marzo inaugural, en cada trino, en cada espora, en cada espiga que se trilla cuando terminan los veranos, me haces falta en cada ayer, en cada arcano, en cada sortilegio, en todos los mañanas, cuando se me agotan los monosílabos, me haces falta en cada soledad, en cada silencio, en cada muerte, en cada conjuro, en cada hechizo, en cada vida, cuando este cuerpo se diluya en polvo, cuando lleguen los finales, me harás falta todavía, porque la única vida completa a tu lado es la eterna y el único hogar con suficiente espacio para ambos juntos, es el infinito.
Me haces falta justo en el vértice del corazón como un pequeño corcho que evita que se desangre y que pierda la vida y las fuerzas, pero sobre todo, evita que se quede vacío de amor, desde ahí cada palabra tuya, cada idea, cada movimiento de tus caderas y de tus manos, provoca ese vuelco, ese salto que le da la plena seguridad de seguir vivo, de que es posible amar, aún en este mundo, aún entre estos hombres y mujeres, aun cuando me haces falta, cuando estás lejos de mi vida y no me llega tu mirada.