Nos despedimos con palabras aquel día,
tan gris y de lágrimas del cielo,
que yo tan enamorado de una judía,
de la pena mía, murió todo mi anhelo.
Su cara, su cuerpo y todo lo que en ella había,
para mí, se acabó, como el sabor de un caramelo;
volveré al luto de mi triste soltería,
que ya sin ella, no hay consuelo.
Su voz, sus manos, su mirada...,
sus piernas, su olor, su pelo moreno...,
ahora el silencio es una bofetada,
y su ausencia me sabe a veneno.
Morí cientos de veces por ella,
y la querré siempre, por su estrella.