Mi otro yo
no es mi vástago.
Es hijo
de una mente
estéril.
No es mi creación.
Es la obra
de un artista huérfano.
Mi otro yo
nada sabe
de mí,
ni mi nombre
ni los años
que cumplí.
Mi otro yo
infla su orgullo
cuando le adulan.
Ataca cuando lo humillan.
Se desespera
cuando se alarga
su espera.
¿Y qué espera?
Espera ser reconocido.
Alabado.
Elevado al altar
de los dioses.
La vida eterna.
No cometer más
errores.
Mi otro yo
miente,
conspira,
engaña,
desestabiliza,
no quiere morir
(aunque tampoco tiene
vida).
Mi otro yo
es un fantasma,
una fantasía.
Es falaz,
fatídico,
crítico,
travieso.
Mi otro yo
blasfema,
atenta,
insulta,
demanda
y altera.
No tiene
ninguna credibilidad,
aún así
lo trato
como a un niño
asustado.
A veces
lo veo llorar
y le arrimo
mi hombro
para que desahogue
su miedo,
su pena,
su comportamiento
de perdedor.
Mi otro yo
solo se olvidó
quien era:
Parte de mi
verdadero Yo
quien al final
le perdonará todo
error.