Tu inteligencia
penetrante como fino y largo alfiler
quitó del pensamiento de los hombres
el peso aplastante de la Divinidad.
Sostuviste con lucidez maravillosa
la exclusividad de átomos y vacío,
sin lugar para dioses inmortales
en esa infinitud de espacio y tiempo.
Pero muchos humanos no entendieron.
Aún se ven humaredas en los templos
adorando los restos de unos dioses
temibles y cambiantes.
El tronco podrido de las supersticiones
se resiste a morir
y echa frecuentemente algunas hojas
que envenenan con sus gases el cielo
más oxigenado de la investigación.