Soledad, no me abandones,
pues me he acostumbrado a verte
acechando en los rincones,
cual depredador inerte
de alegrías e ilusiones.
Te he observado cada día
como se observa a los leones:
con respeto y simpatía
pero tomando precauciones.
Para algunos, musa impía
de terribles inspiraciones,
cuya etérea compañía
alimenta sus creaciones.
Otros, faltos de tu estima
y carentes de tus favores,
te consideran dañina
bestia traedora de dolores.
Soledad ¿Qué eres en verdad?
¿Por qué esperas acechante
el momento de atacar?
Observas agazapada
a tu ingenua presa pastar,
mientras eres arrastrada
por un apetito voraz.
Te abalanzas por la espalda,
silenciosa y sin avisar,
pero tus víctimas se salvan
o más bien, las dejas marchar
Decidme ¿Qué le ocurría
para no querer terminar
el trabajo que en su día
se propuso completar?
Soledad ¿Qué eres en verdad?
¿Por qué esperas acechante
el momento de atacar?
Y es que tu forma de actuar
me parece un galimatías,
vienes, y al rato te vas,
concediéndonos tu amnistía.
Nadie puede evitar
de por vida tu compañía,
pero es poco habitual
que te aferres a una vida.
Yo me atrevo a aventurar
la causa de esta aporía:
tiene hambre la soledad,
tiene hambre de compañía.
Soledad ¿Qué eres en verdad?
¿Por qué esperas acechante
el momento de atacar?