En vez de activar la opción de ver cómo escribo este poema
prefiero contarlo, porque al escribirlo en word no es posible.
Tomo como historia real una mía: Un día, leyendo por el
camino al trabajo se me cayó una foto de cuando rondaba
los veinte, que utilizaba como marcapáginas. Cuando me
di cuenta ya era tarde. Volví sobre mis pasos sin éxito.
Primer escrito:
Su imagen de veinte años
se cayó al suelo.
Se perdió para siempre.
Utilizaba una fotografía olvidada
como marcapáginas de un poemario.
su imagen, casi imperceptible, expresaba
sus veinte años entre chanzas y algarabías.
En el frenesí de uno de los poemas se le
escapó entre sus dedos, mediaba la mañana.
La virilidad del sol fue testigo.
Fue impactar contra el terrazo blanquecino
de la estancia y desaparecer como por
ensalmo ante su atónita mirada.
El tiempo pasaba de puntillas por los poros
de su piel, anaranjada de melocotón en
almíbar.
La vejez, que acudía cada atardecer, debía
volver sus pasos desdeñada con insolencia
por una juventud que imperaba gallarda
sobre su montañoso campo de batalla.
Mas nada es invencible ad aeternum.
La fotografía se esfumó al aire y con ella
su juventud, que ofreció a la vejez por
vez primera una esperanza.
Sus arrugas brotaron por doquier con la
vigencia de un ramo de rosas recién
cortadas.
Repaso este escrito con ánimo de comprimir.
Además de comprimir lo revisto de unas
telas acaso ligeramente distintas:
Un cuadro de cuerpo entero
marcaba el paso del tiempo.
Su reloj de arena era inexorable
mas un pacto con el diablo
desvió el cauce.
Juventud exultante pasada la
cincuentena.
La dicha dominaba los cielos.
La borrasca debía esperar,
acaso para siempre.
Una mañana temprano el trinar
del pajarillo erizaban sus oídos.
El sol lucía una virilidad que
no admitía ocaso, priapismo.
Un poema cualquiera le tocó
el alma con sus alas.
Sus labios se crisparon, una
tierna fotografía emborronada
de olvido se escurrió de entre
los dedos
(Una fotografía que hacía las
veces de marcapáginas).
Golpear el blanquecino terrazo
del estudio y volatilizarse en el
éter fue todo uno.
Su rosal se marchitó de súbito.
El tiempo, que corría su cauce
por debajo, desplomó un castillo
que se mostraba inexpugnable.
La juventud rindió sus armas.
Mordió el polvo rojo.
Las arrugas, que esperaban su
turno, brotaron como el jaramago
ante el primer verdor ambiente.
Espectáculo micológico.
La primavera tuvo que dejar
paso al otoño. Inexorable.