Como zarpazos de árboles y tejas,
con nuestro pelaje etéreo e inflamado,
cada maullido, al compás del sigilo,
es un ronroneo, un cántico a las esferas:
vuestro corazón es mentiroso,
ávido de caderas y granadas.
Por eso somos indiferentes:
porque nadie nos hará daño.
Vida y muerte son estigmas del tiempo,
arrogantes lloramos en silencio.
Lo tenéis todo, nosotros a ustedes,
mas cada lágrima valer mil parpadeos.
Por eso, agosto es un octubre con sentido:
de día conejos, de noche… nosotros mismos.