Quizá las aguas subterráneas
del cauce seco, alimenten
las cañas y los árboles
sin pedigrí que humanizan
y nos alivian de un estío
tórrido que dejará malas
memorias de muertes lejanas y
guerras en cercanas carreteras.
Hay casas donde se disparan
odios larvádos que eclosiónan
con el calor inclemente.
Ahí siguen los árboles, los
cañaverales y las adélfas
arraigados a la memoria
siempre fresca de mi río,
y de reduerdos veraniegos
con el único sonido
del tableteo de cigüeñas
durante las horas largas de
la siesta.