Vocifera la turba enardecida
dentro de la plaza de toros,
violenta mansión donde la muerte
impone su dominio tenebroso
y grita ¡olé! con vozarrón siniestro.
El secuestro y la tortura miden
de idéntica manera
la conducta del público en tribuna
y la jactancia del verdugo cómplice
con su traje de luces en la arena.
Brota la sangre del cansado reo
sobre el ruedo de la infamia,
para vergüenza de los ofendidos
y divorcio del hombre con la vida.
¡Abajo la mortal carnicería!
El poeta no encubre al agresor
con una capa de silencio absurdo.
¡Fuera cobardes asesinos
y la espada que hiere a los que sufren!