Verano Brisas

EL CAMINO

 

A Jorge Arturo Agudelo.

 

Conformé las entrañas de la Tierra

o fui ola en constante movimiento

sobre las aguas del mar.

Por mí se batieron los imperios

y entregaron su amor las más bellas mujeres.

Los caminantes apagaron su sed

en las fuentes de mi linfa pura.

En los altares, purifiqué ante los dioses

a todo el género humano.

Me sentí preferido en la mesa de los reyes

y acariciado en el pecho de nobles y princesas.

Fui azahar en las sienes de las desposadas,

pan, techo y vestido en los hogares más humildes,

sin escatimar la variedad

y abundancia de mi especie,

pues ninguno como yo

practicó con tanto empeño la generosidad.

Ayudé al infeliz y al poderoso;

de mí se nutrieron todos en infinitas formas.

Aligeré su carga y fui compañero sin dobleces

hasta en las horas de mayor peligro.

Siempre perseguido,

jamás perseguí por placer o iniciativa propia,

salvo en casos de hambre,

en defensa de los míos o de mis territorios.

Sin mí,

una vida superior hubiera sido imposible,

o demasiado triste.

Descubrí muchos y variados instrumentos

para el desarrollo de mis facultades.

El pasado estuvo a mi servicio

como palanca y apoyo hacia el porvenir.

En el horizonte vislumbré

las agitadas manos de los dioses

brindándome un escaño en el divino banquete.

 

Ahora dime, sabio y bondadoso amigo:

¿Qué hacer para evitar el regreso

a la noche que no cesa?

A merced de la furia y la tiniebla

está el que necesita de tu mano.

Habla, tú que conoces el camino.

Sólo un plumón de tus inmensas alas

esperan mis hombros fatigados

para el viaje infinito.