Amanecí,
y nunca había estrellado mis ojos,
con la habilidad necesaria,
para estrenar el cielo que sostenías,
con la habilidad de extender mis labios,
para que hiciera falta,
reclinar esa gota de jugo.
Tan solo se trataba,
de escuchar los sonidos correctos,
de atrapar hasta el susto que te mecía,
de extraer lugares con duración.
Me alegro de llamarte,
en este oleaje de desatenciones,
de sobrevivir ante la hierba seca de tus orgullos,
de vaciar tus emplumados alimentos,
de existir ante la fiebre del mundo,
de no dormir a todas horas a la salud de otros.
Amanecí,
en esa versión de los libros,
sin viaje, totalmente escrito,
austero para respirar,
áspero para decir buen día,
perdiendo hasta las fuerzas para ser suicida,
de pronto corte al sueño con las cascaras,
y me alegre de llamarte,
diciéndote,
prepara las almohadas,
que hoy dormiremos hacia nuestra infancia.
Humberto Velásquez Jiménez