Mucho tiempo cultive mi plantita verde y amarilla,
con cuidado la regaba, con fascinación la veía
crecer, llenarse de ramas, de flores,
y con estupor recogía sus marchitas hojas que caían
de sus ramas que ya mostraban su corteza arrugadita.
El sol la calentaba, la brisa la refrescaba,
Y yo siempre removía la tierrita de su peana.
Hasta que un día llegó una temible pesadilla,
con sus vientos, truenos y centellas
y con gran estruendo y aspaviento,
movió mi plantita desde sus raíces
hasta sus ramas altas que, como linda cabellera,
se movía al compás de su deseo, ¡la tormenta!
Después de que pasara aquella odisea
Quedó mi plantita tan maltrecha
que mucho me costó recomponerla,
y mucho me costó que de nuevo abriera
sus ramas como brazos de clemencia.
No morirás! No te atrevas! Lucharás por tu vida
y lograrás que la aurora nuevamente vea
mi plantita de color verde y amarillo,
y que el campo y la pradera se alegren con su mágica arboleda.
Intenté que así volviera, pero mis cuidados
solo cogollos conseguía que abriera…
Sus flores, su cabellera, se los llevó la tormenta.