Tan veloz el caminar,
que hasta la sombra se queda,
unos pasos más atrás.
Huye el Hombre de si mismo.
Ignora su ser profundo.
Y de esa forma se aleja,
del yo que se agita dentro.
Despreciando de su mundo,
la esencia de su interior.
Por eso el ritmo acelera,
en su frenético andar.
Dejando una tenue huella,
que recuerde su presencia.
Tan fuerte es la incontinencia,
de no parar a pensar.
Que acelera su existencia.
Inconsciente del valor,
que en su fuero interno lleva.
Lento camina el felino,
en su normal transitar.
Y solo aumenta su ritmo,
por pura necesidad.
Observa pacientemente,
cada hierba del sendero.
Cada olor, cada matiz,
va grabando en su cerebro.
Así absorbe su existencia,
cada forma del camino.
Caminaba meditando,
sumido en sus pensamientos.
Y tan pensativo estaba.
Que cada paso que daba,
le servía de alimento.
Mirando hacia el interior,
de múltiples gesto hecho.
Limaba las asperezas,
de sus maltrechos conceptos.
Y en cada respiración,
va mejorando el aspecto,
de su lóbrega prisión.
La vorágine le arrolla.
Y el trepidante sonido,
va atrofiando los sentidos.
Como frena el sentimiento,
los rencores y el olvido.
Sin detenerse a pensar,
en el error cometido.
Así la prisa se olvida,
del auténtico sabor.
Desvaneciéndose el brillo,
que ilumina lo vivido.
Llega antes el que corre.
Más en su veloz partida.
Más a menudo se olvida,
lo bello que queda cerca.
Y acaba por no vivir,
caminando de puntillas,
por la senda de su vida.
Y ese raudo galopar,
termina dejando atrás,
la esencia de la existencia.
Que jamás degustará.
Para y piensa caminante.
Que en cada paso pensado,
el pensamiento se agranda.
Más plácido es el camino,
y más jugoso el instante.
A.L.
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