Se levantó lentamente,
de su trono de conciencia.
Y arengó a los desafiantes,
con palabras de madera.
Sus gestos de pura piedra,
resaltaban su apariencia.
De granítica figura,
bañada de prepotencia.
Entre la gente la chusma,
aplaudía con vehemencia.
Brotes de verbo y de carne,
sumidos en la elocuencia.
Y entre las palabras gruesas,
vestigios de voces huecas.
Viejas palabras sin alma,
para tapar las vergüenzas.
Sobre el tablero las piezas,
colocadas con destreza.
Enfrentado los colores,
y el cargo que representan.
En cada casilla un líder.
Del pueblo o de las esferas.
Y los mandos intermedios,
con su orgullo y sus prebendas.
Rompe le silencio el sonido,
mientras se mueven las piezas.
Y con reposados gestos,
se declara la contienda.
La mano vuela al cronómetro,
frenética cual saeta.
Raudas las mentes trabajan,
cada cual en su estrategia.
Templo de profetas lleno.
Regurgitando diatribas,
como dogmas inconexos.
Sentenciando los modales.
Castigando los conceptos.
Flagelando a los rebeldes,
con aparente respeto.
Dardos que surcan furiosos,
las mentes de los inquietos.
Sometiendo voluntades,
a los sumisos sujetos.
Y en hipérboles retóricas,
cargadas de fatuo texto.
Sibilinamente entran,
en los dormidos cerebros.
Implantando las mentiras,
con la impronta de sus credos.
Los ecos cruzan veloces,
empujados por el viento.
Con mensajes de promesas,
que van saltando los cerros.
En los valles se apaciguan,
descansando sus recelos.
Mientras las cumbres nevadas,
enfrían su atrevimiento.
Lejos se oyen los clarines,
anunciando nuevos sueños.
Mudas las bocas, sin labios,
las palabras conteniendo.
El aire flota en los órganos,
esperando su momento.
A.L.
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