Los griegos adoramos la belleza;
sin embargo, tenemos gustos muy sencillos.
Tucídides
Dicen que cuando Dios hizo la Tierra
le sobraron unas rocas
que arrojó por sobre el hombro
dando origen a las islas griegas.
Igual que ayer
el Egeo baña con sus aguas
las más hermosas costas
que guardan, como en Delos,
leones sin rugidos.
En Miconos continúan
los molinos de viento repitiendo
con sus velas de lona
perezosos perfiles de blancura.
En Santorín
enjalbegados caseríos de postal
sobre ásperos acantilados.
En Simi
frisos helénicos que adornan,
además del árido abandono,
una sabia carencia de automóviles.
Y así toda una pléyade insular
anclada entre miserias y recuerdos
bajo el ceño de Apolo deslumbrante.
Guerras, victorias oxidadas
que fueron
alegría y tragedia de una raza
en ese paradójico archipiélago
estéril y feraz.