Entre las piezas del trebejo de un horizonte de madera
una brisa de muerte ha asolado el tablero.
No han sido las piezas del orfebre
que las pulió con sangre y despojos.
Vinieron de las gárgolas repulsivas desde catedrales
lejanas, desde las basílicas del dolor.
Al alba, cuando se despiden los amantes
y las sombras furtivas desaparecen
entre los adoquines de las callejas oscuras.
Cuando se sienten piedras en el pecho
como un miedo adormecido que espía la tristeza.
Entre las células que se van enfriando
por la búsqueda infinita de la muerte
encuentro la tibieza que aún queda de la vida.
En este fatal devenir del tiempo que te lleva
que proclama que no me perteneces, amor,
en la hora enferma que te invoca..
Con un resentimiento de epitafios
que no es más que un rito de sospechas.
Un aullido callado de loba,
Un rencor inferido de relojes
para acallar la hora que acecha
tras las cortinas,
por todos los rincones
y se esconde en el féretro
como una gota de sangre que aún tiembla
en inexplicable cordura.
Escucho el cuervo que grazna sobrevolando mis manos
Y mis ojos rechazan los códigos del tiempo y la sensatez.
Amalia Lateano
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