Rompe la ausencia.
El filo caprichoso.
Aislada queda.
Como una estrella.
En su luz infinita.
Partido su principio.
Perdida su presencia.
El suave roce,
oculto queda.
Escondido en el tiempo.
Valiente su pelea.
Su deseo es eterno.
De volver a ser beso.
Y cruzar la frontera.
Velado el susurro.
El fuego interno ciego.
Sometido al olvido,
Arrastrado al destierro.
Sin las fuerzas de antes.
En su sueño sumido.
Corazón de madera.
De carcoma plagado.
Moldeado sin forma.
De dureza bruñido.
Una mano le aferra.
Duro bronce fundido.
La sangre no circula,
en su cuerpo acorchado.
Sin color ni latido.
Una voz iracunda.
Recreada en su oído.
Un estallido loco.
En su pecho fallido.
Una pena inyectada,
en su ambarino rostro.
En sus ojos de Luna,
un destello sin brillo.
Blanca rosa de sangre.
En la alfombra del sueño.
Son los pétalos soles.
Fogonazos de fuego.
Noche negra de sombra.
Blanco nace el deseo.
En su pálido cuerpo.
Una ausencia de miedo.
Llega tarde su mano.
Pero llega el respeto.
Una lágrima rueda.
Liberando su encierro.
Luz de vida en sus ojos.
Dos tizones de niño.
Unos labios de fresa,
bordados de cariño.
El tambor de los sueños.
Generoso sonido.
Ausencia que retorna.
Queriendo ser vivido.
Flujo verde de savia,
en sus nervios dormidos.
Bebe su dulce aliento.
En su influjo sumido.
A.L.
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