A veces las despedidas
son necesarias cual presagios,
el único camino.
Olvidar, todo parece estar suspendidas
en un eterno paréntesis.
La palabra adiós no resuena
como un hasta siempre.
Un hasta luego
sin despedidas,
ni discursos banales
que desgastan las neuronas.
En la vorágine de un desencuentro
se agotan las voces que hienden
el silencio.
“El amor no perdona a quienes juegan con él”
Y devuelve como un espejo a partes iguales las decepciones,
irónicas sombras robadas al tiempo.
Adios, palabra que desgarra
la garganta
y se aferra como la gota de rocío
a la yerba.
Cada cual a la tierra de nadie
donde las penas pernoctan solitarias
y se muerden las respiraciones.
Exilio a mitad de calle
un castillo que se derrumba
en medio de la ausencia.
Todo queda inconcluso...
¿Quien entiende de despedidas?
Los destierros nunca son magnánimos en invierno.