Nadie desea sentirse menos que nadie, mas
ese nadie ignora que todos somos inmensos
en nuestra individualidad.
Me gusta más el rojo que el verde (al que le
debo la vida).
La hiedra es quien es al trepar tronco arriba, no concibe
que está dejando de ser poco a poco, sorbo a sorbo de
una savia que es un regalo envenenado de su bosque.
Sin aurora que pueda avisarle la hiedra va hundiendo
sus ramas en el árbol que le da cobijo, hasta confundirse
por completo su marrón con el castaño que va cediendo...
Cuando el lecho sobre el que hizo morada se desploma
a la circunstancia, la hiedra se ve en la tesitura de emigrar
a otras savias, si no más enjundiosas al menos más vivaces,
o a enredarse por siempre a la desgracia.
Si decide lo primero el árbol huérfano de afecto le llora
su abandono, sin entender su sequedad para con ella.
En este caso la hiedra tendrá el intrígulis de redefinirse,
de subrayar los contornos de sus difusas ramas, de del
tronco desligarse despegando en sangre un cuerpo que
pertenecía a otro cuerpo, la savia derramando hasta la
entraña azucarar como insecto eterno en ámbar.
Un árbol que se sabe solo, o peor abandonado, es un
árbol que no aceptará nunca su abandono, su corazón
nunca comprenderá que prefiera otros árboles, aún
más rozagantes, aún más verdes, para siempre reclamar
su imperio sobre una hiedra que le estaba robando el
alma.
Aunque le devuelva la vida, la hiedra se ha ido con otro..
eso es lo que queda entre los círculos concéntricos de
su deambular inmóvil, muy a su pesar...
Paradojas del destino...