Un día amaneció de nuevo
y se hizo la luz.
Atrás quedaron los sueños,
las palabras bonitas,
las primaveras encantadas,
el verano tan fogoso que nos acercaba
el salitre del mar;
el otoño con sus colores variopintos,
en una etapa en que avanzaban las sombras
y, otro sueño,
se apoderaba del cuerpo cansado.
Por fin llegaba el invierno,
con sus barbas blancas,
con los días de lluvia interminables,
con el viento llamando a las puertas,
con el olor a castañas asadas
mientras desgranaba el maíz en la cocina.
Y en ese día amaneció, nuevamente,
la poesía, aunque quizás,
estaba dormitando.
Rafael Sánchez Ortega ©
18/10/18