No había relojes, no eran necesarios, nos acostábamos
casi a la misma hora que los pájaros, a veces nos
despertábamos antes que ellos, dependía de la distancia
que hubiera con el tractor hasta el tajo, los niños habían
tomado algo de leche o café para calentar el estómago, hacía
un frío duro que quemaba, deseábamos empezar
la faena para desentumecérnos, algunos hombres se
habían tomado una copa de aguardiente y el vaho
se repartía`por la caja del tractor, el vaho se confundía
con la niebla de la mañana y el humo de algún cigarro
acompañado de alguna tos que no desaparecía
hasta que el primer sol fundiera la escarcha, solo se
oían los golpes del vareo, y algunos gritos monosílabos
hasta que al medio día, cuando los callos ya no dolían
se oían las primeras risas y alguna copla deseando
escapar del pecho nos alegraba bajo el amplio techo
de los olivos.